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domingo, 19 de julio de 2015

Historias de pijamas verdes: ¿Por qué anestesia? (Men, I love my job). Primera parte.



Siempre me ha gustado ayudar a la gente, cuidar de ella y, en gran medida, alejarlos del dolor. Quizá pueda parecer que todos los médicos cuidan de la gente, pero no es así. Todos lo médicos aspiran a “curar” a la gente, a sus pacientes, pero no todos sienten el impulso de “cuidar” de ellos. Y curar y cuidar, solo hay que mirarlo en el diccionario, no es lo mismo.

De pequeña, supongo que entre los cinco años y la comunión, quería ser monja. Me parecía un oficio muy válido, podías estudiar, leer libros antiguos en bibliotecas en monasterios, y tu vida era devoción hacia la gente. Ayudar a la gente, de nuevo. Joder, parecía una opción genial, ¿No? Además, te mantenían, tenías una cama, un techo, comida,  y una enorme familia a la que ayudar. Claro que por aquel entonces yo  era creyente, de los de verdad, creía en Dios, un Dios que te escuchaba, no una fuerza, karma, movimiento cósmico, energía inteligente, aliens (whatever you wanna call it, men). Yo creía en algo cabrón y vengativo, algo pasota, pero que al fin y al cabo te escuchaba y te hacía caso. Luego ya me di cuenta que no. Y que el sistema eclesiástico era una patraña (ojo, la religión es una opción personal cuyos valores iniciales suelen ser comunes en todas y bastante moralmente aceptables, luego las perversiones ramificadas son otro tema. Pero la jerarquía católica, su amasamiento ingente de bienes y sus moralismos baratos y poco humanitarios me repugnan, ergo formar parte de su sistema, un sistema que no consideraba que la mujer tuviera alma hasta el segundo concilio de trento. Pues hombre, a ver, ¿Qué queréis que os diga? Un poco masoquistas tendríamos que ser).

Muchos años después seguía con ese deseo de cuidar a la gente. Siempre he intentado llevar un poco de luz a quién está falto de ella. Abrir ventanas de madera podridas en habitaciones que huelen a cerrado, a polvo y a tristeza. Y sobretodo, espantar el dolor cantando. Soy una idealista. Esto es así, culpad a mis padres, o a mi madre sobre todo, mi padre es bastante poco halagüeño. Pero así me parieron y así sigo. No fue difícil cuando empecé a valorar opciones de profesión incrustadas en esta sociedad de engranajes mal aceitados por el estado decantarme por la medicina. Eso, y que las ciencias del cuerpo humano me han fascinado desde que cogí mi primer libro de biología en la ESO). Miento. Ya de pequeña tenía mi microscopio real y me pinchaba los dedos para ver la sangre con mis portaobjetos de cristal y mis fijadores y otros potingues químicos que buscaba en mi enciclopedia vieja, comprada en un rastro. Pero bueno, yo era un niña muy rara, y esto también es así, no nos vamos a engañar a estas alturas.

Estudié la carrera con mucha ilusión, pese a las trabas administrativas y un modelo de estudio más centrado en calentar sillas y empollar exámenes que en aprender empatía y habilidades prácticas. Pero aprendiendo, algo peor de lo que deberían de enseñarnos. Estaba en el grupo en valenciano, un grupo pequeño, que gracias a Dios no estaba podrido con la competividad que sé que ha existido en la carrera de Medicina desde tiempo inmemoriales como moneda de cambio. Éramos bastante cordiales entre todos, nos conocíamos las caras, y los profesores nos tuteaban y se acordaban de lo que les preguntabas en clase. Es la ventaja de los grupos reducidos y de una lengua materna arraigada y querida, que ya de per sé, une a quien la habla. Recuerdo con cariño a mis profesores de la facultad, a unos más que otros, pero los tengo en mi memoria con sus idas de olla y su pasión por lo que hacían. Por su trabajo como brillantes investigadores, mejores médicos y sobretodo su humanidad personal y su devoción por la enseñanza. Todavía tengo contacto con muchos de ellos, y doy gracias cada día de no encontrarme con personajes que mataran mis ganas de evolucionar en el mundo de la sanidad, sino que picasen mi curiosidad, con dureza y con cariño a partes iguales. Con segundas oportunidades, con cumplidos cuando hacías un buen trabajo, con reconocimiento y con exigencia. Maravillosas personas que habitaban objetivamente la más bonita facultad de Valencia, si es que te gustan los edificios antiguos. Con su grandiosa escalinata y sus techos abovedados, luminosa, ante todo, que cambiaba con las estaciones de color en sus puertas amantísimas, abiertas a Blasco Ibáñez. Mi facultad, mi pequeño templo del saber en la ciencia de sanar. Mi casa. Siempre. Mi hogar.

Me voy por las ramas. Soy también muy dispersa. Pero me centro ya. Focus. FOCUS.

¿Por qué anestesia?

Anestesia, es la gran desconocida de la carrera. La amiga fea. La que siempre (SIEMPRE) está ahí pero nadie la ve como su novia.

Pero ya me he enrollado bastante por hoy, así que mejor de ese otro gran amor en mi vida, os hablo mañana.

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